BLANCO Y ROJO


Ahí esta, enfrente de mi.
Mirándome. Mirándonos.
Ambos con ojos rojos y ojerosos de largas noches insomnes.
Solos. Danzando sin movernos al son del ploc, ploc que retumba en cada esquina de este cuchitril de mala muerte.
La piel arenosa palidece bajo la luz nocturna artificial, blanca como la harina del pan recién hecho, blanda como una celda de aislamiento acolchada donde encerrado, el rubor parece haber perdido toda la vergüenza. Deberíamos habernos quedado allí. ¿Quizás fuese eso lo que andábamos buscando? Ese lugar seguro, un respiro, el aroma a café y hogar que nunca tuvimos.
¿Lo quisimos?
¿Lo fue?

Agachamos la mirada resignados, esnifando la más refinada tristeza, el único perfume de grumos que acompaña este sueño. En él, siempre cedo mi mano llena de polvo blanco de estrellas mezclado con caricias y neones rojos, en un lugar apartado de la acuática serenata de la percusión, lejos del baile de la locura.
Vuelvo a ese instante fugaz donde las pieles aun son de porcelana y los labios sabor cereza, pero una vez más la fuerte marea de la realidad me arrastra a este estercolero de pescado muerto.

Siento bajo mis huesudos pies el temblor de las maderas podridas que crujen tras los pasos de un encaje rojo que desaparece tras el portazo, dejando un olor a podredumbre que lo impregna todo. Esa es la esencia de la desesperación y el olvido, el lugar donde la música abraza a gatos callejeros y los únicos gemidos de placer son los gritos de sirenas rojas y de los labios que recuperan su color carmín con sabor a hierro y marisma. El último bocado intenso con aliento estancado y sin nombre que recordar.

Ahora estamos desnudos soledad, déjame acariciarte con la pureza que merece este momento de calor. Mis dedos juegan con el inmaculado y paciente metal afilado que siempre nos acompaña en la distancia. Un nuevo tempo vital se acelera con sabor a nata. El pulso ahora vibrante es la excitación del sedoso y húmedo toque previo al éxtasis donde el aire huele a campo de amapolas en una mañana soleada.

Mirándonos por fin sonreímos. Parece algo fácil como las risas de niños jugando. Sonreír por las piruletas con forma de corazón, por la espuma de ola con olor a salitre, por el último atardecer...De oreja a oreja. 

El concierto de jazz experimental está mudo, expectante. Llega el silencio con la última nota dada por el metálico arco del violín. Veloz.
La saliva azucarada lubrica el corte del adiós como la primera hoja de otoño despidiéndose de la primavera. Un último suspiro... Y empezaré a caminar por las baldosas de sangre que llevan a Oz. Sonrío.

Sin monedas para Caronte, espero que acepte este cuchillo ritual como pago. Que nos lleve a través del espejo, por cada uno de los pedazos que quedaron tras la caída, allí donde me perdí y me encontré.

Ahí estaba, enfrente de mi. Por fin. Siempre.


Comentarios

  1. Hola. Me gusta tu escrito, es profundo y lleno de sentimiento, algo lúgubre y triste. Siento que es el relato de una persona que ve su reflejo antes de suicidarse. Me.gusta como mezclas las metáforas, uno debe ser ágil de mente para captarlas y vislumbrar el contexto.
    Felicitaciones.

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