CARNE PICADA

 




No comía carne picada estilo boloñesa desde que vivía en el piso de Magallanes. ¡Qué vida más desenfrenada tenía por entonces! Ni siquiera quería perder tiempo en hervir agua para cocer la pasta. A palo seco.

Me encantaba aquella habitación con olor a mango decorada con ese fular hippie de colores que cubría el colchón de una pequeña cama. El suelo era de madera con forma triangular y sentía su antiguo tacto en mis pies, siempre cálido. Un enorme armario blanco desgastado de cuatro puertas guardaba casi todas mis variopintas pertenencias y en aquel sillón granate de rugoso cuero, junto a la ventana, me sentaba a leer durante horas con los pies colgando de sus reposabrazos mientras las canicas del vecino de arriba rebotaban en el suelo. Sólo una pequeña estantería llena de libros de bolsillo y cds y una mesita de noche completaban el mobiliario junto a un estrecho espejo de pared con una esquina negra.

Otro de los motivos por los que me gustaba era por él. Vivíamos cerca. ¿Casualidad, causalidad...?

Él era el que me despeinaba en la puerta del cine para hacerme rabiar o el que comía pipas conmigo sentado en el banco de un parque entre risas e historias, con ese semblante tan serio e informal al mismo tiempo. También era el que había estado en muchos de mis recuerdos alegres y en mi noche más oscura agarrándome la mano con paciencia, expectante, dándome la libertad que siempre necesité.

Entre aquellos muros encontré mucho de mi que creía perdido. Sentía que tenía todo lo que necesitaba para ser feliz. Todo. Y lo era, ¡vaya si lo era! No sé si él lo supo. Debería.


Hoy me pregunto cómo habría sido mi vida si me hubiera quedado.

Quizás por fin hubiésemos sido valientes y llegásemos a entender que fue real sin necesidad de ponerle una etiqueta. Que estábamos preparados, que ya habíamos pasado muchos momentos de ensayo y error. Que era el momento y no supimos verlo.

Imagino que él me abrazaría de nuevo en la oscuridad, pero esta vez no huiría aterrada pensando en el deber. Me quedaría a su lado como sabía que quería pero nunca me pidió. Dudo de si debió hacerlo. ¿Habría cambiado algo?

En silencio me acariciaría aquella larga melena con ese olor a almendra que tanto le gustaba mil y una noches más. Él, el único que sí me había visto al desnudo, vulnerable y al que esta vez, no alejaría..

Pero si, lo volví a hacer...

Mientras hoy, en la distancia, cuezo la pasta para la carne picada.


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