VOCES DE SAL




Sentada en la toalla impoluta de arena era capaz de oír aquellas voces lejanas.

Cerró los ojos. Sonidos y recuerdos parecían mezclarse. Al abrirlos, observó su piel. Había perdido la textura suave e inmaculada de la juventud, pero como si se reencontrase con una antigua amistad empezó a acariciarla con cuidado, blanqueando cada poro y dejándose pillar lo justo por Lorenzo. Ambos ya conocían el juego. 

Pese a sus distracciones, las voces seguían. 
Sabía que si prestaba atención, la brisa le llevaría el mensaje de los jóvenes que en el puerto se tiraban al agua entre risas y egos, dando vida y forma a los susurros, moldeándolos en palabras.

Suspirando giró la cabeza y se centró en el oleaje mientras cubría su cabeza con un sombrero. 
El vaivén era hipnótico pero nada silencioso. La espuma cubría las débiles huellas de la orilla llena de conchas y piedras mientras el salitre impregnaba sus fosas nasales. Inspirando llenaba sus pulmones de reservas de sal y al expirar todas las voces volvían, se asomaban a saludar. Era imposible respetar la intimidad que proclamaban a gritos: la sensación arrolladora de libertad resultaba agotadora. 
Necesitaba tumbarse, sentir aquel cálido abrazo de mullida arena en la espalda mientras el tic toc de su marcapasos indicaba un número de muchas cifras, de cada una de las heridas.

Aún con el rostro bajo la sombra del sombrero, volvió al lugar donde saltó al océano sin pensar y descubrió sus primeras veces. Donde no había reservas y lo único servido en bandeja fueron sentimientos salpimentados con especias hormonadas. El contador aun era binario, el miedo parecía una imaginativa historia para no dormir y la razón muda y animalista todavía no fustigaba al corazón guía, perro lazarillo.

Tras aquel tiempo congelado se incorporó en una toalla llena de arena. 
Las voces ahora en silencio intimidaban al sol que se escondía entre las nubes. El viento enfadado tambaleaba su sombrero luchando por desenmascarar aquel enigmático rostro.
Conteniendo el aire y agarrando su cabeza, sus ojos desbordados de lágrimas agridulces recorrieron su erosionada piel y cada grano de arena reflejaba una eternidad adherida a su ser.
El cielo, ahora aburrido y gris como su larga melena plateada, parecía comprender aquella nostalgia que paso a paso, dejando huellas en la arena, se alejaba de su mano por la orilla de la playa. 

Olvidando... 

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