DEL TIRÓN (crónica autobiográfica y experimental)
Hoy os voy a contar cuando creo que decidí que quería ser escritora de mayor y es que, aunque no tengo claro el momento exacto, siempre hay un instante que me viene a la cabeza y que considero que es el punto de inflexión, de no haber marcha atrás y donde hoy vuelve a mí con claridad mientras tecleo con rapidez las letras del ordenador tapada con un edredón y donde tengo a mi lado a Tanit, mi preciosa gata que ronronea entre ensoñaciones y que de vez en cuando observa como su humana escribe estas líneas recordando con felicidad la vieja máquina de escribir Olivetti que un día trajo su padre porque sí, después de haber estado buscándola en cada uno de los armarios de la casa de su madre una tarde de domingo como otra cualquiera y sin ningún motivo aparente, no obstante, ese día para mi marcaría un antes y un después ya que cuando llegó a nuestro hogar mi amor por ella fue instantáneo y curioso, tanto que de hecho fui la única que la utilizó para escribir pequeños magazines o revistas breves que luego vendía por cinco duros a mis padres e invertía en cinco chucherías al salir del colegio así que ¿cómo no me iba a sentir feliz? Hacía algo que me encantaba como lo es escribir y además con una dulce recompensa, sin embargo, si soy totalmente sincera diré que lo que más me fascinaba de aquella misteriosa máquina negra era ver las largas varillas que sujetaban cada una de las letras y símbolos de puntuación y que mojadas de negro bailaban dejando su huella en una hoja de papel cuando presionabas la letra redondeada correspondiente de aquel teclado, con ese olor tan característico a tinta y dando como resultado palabras tras su hipnótica danza, palabras que podían crear un poderoso hechizo mágico y convertirme así en una gran bruja usando mi poder o como ocurría en realidad, haciendo que la imaginación cogiera forma y esa danza de huesudos dedos y uñas de letra metálica creara pequeñas crónicas diarias, en las que no sólo las noticias eran importantes sino que las imágenes, lejos de ser una foto como otra cualquiera se habían convertido en originales obras de arte, resultado final de lápices de colores, ceras, rotuladores o una amalgamaba de todos juntos dando un color único a cada uno de esos ejemplares tan absurdos y hechos por una niña pequeña con la mayor ilusión y cariño porque sí, aquí está el secreto, casi todas las historias creadas en la Olivetti hablaban sobre Colmi, el pequeño cachorro “cocker” salchicha al que habíamos salvado la vida hacía poco tiempo y que se había convertido desde ese instante en el cuarto miembro de nuestro pequeño mundo al que había llegado de aquel modo tan inesperado, es decir, resulta que un día que volvíamos del colegio un chico se acercó con un pequeño perrito negro con patitas entre blancas y rosas en brazos y nos dijo si nos interesaba porque iban a sacrificarlo y claro, si tu dices eso con una niña delante ¿cómo va a reaccionar? Pues intentando convencer a sus padres con ojitos, morritos, cara de niña buena y un montón de “ porfis” para que se quedaran con él y así es justo como lo consiguió (o lo conseguí) por lo que Colmi, nombre puesto por mi madre en honor a sus grandes colmillos, se convirtió desde ese día y de manera sorprendente, en mi hermano de cuatro patas y en la estrella de todos mis noticiarios en los que informaba a mis progenitores (como si ellos no lo supieran ya) sobre el adiestramiento que llevaba a cabo con el paciente animal que entre juegos y risas se dejaba disfrazar, abrazar y todas las travesuras infantiles que os podáis imaginar dando paso a la compañía y el cariño que un perro y una niña puedan tener porque os diré que él fue un gran compañero y estuvo a mi lado en muchos de los momentos que recuerdo escribiendo, daba igual que fuese en el diario o que inventase otra de las tantas historias que dejaría a medias y desaparecerían del mismo modo que llegaron, él se enrollaba a mi lado o se acomodaba entre mis piernas y esperaba a que en algún despiste mi mano le acariciara como sabía que ocurriría, entonces él movería el rabo y me lamería como yo sabía que haría.
Tenía
seis años...
Hola Coral.
ResponderEliminarSupongo que este relato biográfico es algo de escritura experimental o algo así. Lo digo por la ausencia de puntos lo que nos deja sin respiración, se que fue a propósito, una escritora como tú, no haría eso por error. Es una historia doble donde saltas de tus inicios con la letra a la vida de tu mascota, tu narras en forma clara la estrecha relación entre las dos cosas. Es entretenido, te vamos conociendo poco a poco, ya desde los seis años.
Un abrazo.