Sueño XVIXIIXIX
Sólo la distancia de aquel pequeño patio
de luces separaba nuestras ventanas.
Encerrados en nuestros cristales, alejados por nuestras propias vidas, pasaban los días pero, al caer la noche, nuestras miradas se cruzaban y sonreíamos. Al apagar las luces un silencioso "buenas noches" nos acompañaba.
Una mañana, apareció una marquesina en medio del patio. Era gris, como de hormigón y parecía un puente seguro que unía nuestras ventanas.
Esa noche él se atrevió
a cruzarla. Llegó hasta mi ventana y golpeó con suavidad el cristal con los nudillos esperando que le escuchase llamar, abriese mi vida y le dejase
entrar. Y así fue.
Desde aquella noche, todas las que siguieron las pasamos juntos. No importaba la hora a la que llegásemos, cada noche dormíamos con nuestras pieles pegadas dejando atrás los largos y
complicados días.
No sólo él entró en mi ventana, sino que
me invitó a entrar en la suya. Cruzando esa cornisa juntos, perdí mi miedo a los puentes y entré en su casa, en su vida, en su familia...
Allí, abrazada por aquellos tatuajes, encontré lo que no sabía que quería: un hogar.
La última noche que él cruzó mi
ventana, la conoció.
Ella entró en la habitación sin avisar mientras nosotros nos besábamos enredados entre sábanas y risas, despreocupados del mundo.
“Mamá, no es lo que piensas” dije
mientras me levantaba de la cama y me dirigía a la puerta. Ella, entornando la puerta sólo
me hizo una observación tras una pregunta. “ ¿Es él con quien
has pasado y quieres pasar tus noches?”. Yo con sinceridad asentí. Ella,
desapareciendo como el humo dijo: se irá...
El mundo había cambiado, era otro
tiempo y otro espacio pero nosotros no nos habíamos dado cuenta.
La distancia entre ventanas se había
convertido en la distancia entre dos puertas de madera de pequeñas y humildes
casas. Era de día y él aun estaba entre mis sábanas, abrazándome con fuerza.
Sus tatuajes ya no estaban y su cuerpo no era el mismo, al igual que el mío. Ni él era él, ni yo era yo, sin embargo nuestras pieles se habían buscado y encontrado una vez más. Sin duda éramos nosotros con otro caparazón
Con pesadumbre me
decía que tenía que luchar por lo que era correcto y era lo que
debía hacer, sabiendo que el futuro era incierto. Las lágrimas obligaron a mi silencio verle marchar.
Una guerra había comenzado. Una gran detención se había hecho. Un
ejército vestido de rojo iba a eliminar a los rebeldes. Me daba
miedo salir pero debía saber si él estaba entre ellos.
La calle estaba repleta de gente. No podía
ver nada, sólo llevarme empujones de personas que intentaban huir lejos
de allí o que vitoreaban lo que estaba a punto de ocurrir. Todo
parecía confuso.
Un par de bandoleros me habían visto salir de casa. No había conseguido alejarme demasiado, así que me agarraron por
las muñecas y me arrastraron hacia mi puerta buscando un lugar
seguro para ellos, obligándome a entrar. “Chica, estar ahí fuera
es sinónimo de muerte. Ahí no hay nada que quieras encontrar”. Intentar soltarme de ellos fue inútil hasta que ya no opuse resistencia al entrar en casa.
Al cerrar la puerta, un estruendo
ensordecedor hizo vibrar la estructura de la casa. Todos
nos tapamos los oídos y nos agachamos por instinto. No podía creer lo que acababa de ocurrir fuera.
Cuando el ruido de los gritos y de los disparos se terminó, pedí a los bandoleros que se
fueran de mi casa. Sólo traerían problemas.
“Por esa puerta no” me dijeron indicando la que había sido su salvoconducto.
Les llevé a la puerta de atrás. Era
una puerta de cristal corredera y era la entrada a un centro
comercial. Allí las realidades se entremezclaban pero todo parecía tener sentido. Un olor a perfume se asomó tímido por la puerta. Antes de cerrarse del todo, uno de los bandoleros se volvió hacia mi. Sus dientes negros
y sus huesudas facciones me sonreían. “Ven con nosotros, es tu
oportunidad”. Su cuerpo cambiaba, sus harapos se convertían en un traje gris y su cara parecía irse limpiando sin tener unos rasgos fijos.
"No, tengo que encontrarle" respondí. Al cerrar
el cristal al completo, se convirtió en una puerta de madera, como el resto de la casa.
Cuando salí por la otra puerta, un mar
de cadáveres cubría las calles. La desesperación y la incertidumbre calaban cada hueso de mi cuerpo y empecé a llorar. Entre lágrimas de impotencia buscaba su rostro. Ni entre ropas humildes ni entre uniformes lo volví a ver...
Me desperté.
Al levantarme miré la ventana que
hay al otro lado del patio de luces. Ya no eran esas ventanas unidas, no había puente ni él vivía allí. Mi puerta de madera ya no es la misma.
Suspirando, recordé sus tatuajes y como un eco, vuelve la voz de mi madre: " se irá..."
Un verdadero sueño. La forma gruesa y sin detalles en la historia, cobra sentido cuando sabes que es un sueño, ahí todo se entiende. Hablabas de una marquesina que aparece, una guerra y un ejército lo cual me generaba preguntas, tu mamá apareció en forma escueta, que no me gustó, pero cuando mencionas que es un sueño, todo se aclara. Al finalizar, noto que el personaje de enfrente sí existe, y me dan ganas de saber sobre él. Buen trabajo.
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