LA PIEDRA Y EL PENSAMIENTO
La piedra no podía dejar de mirarla.
Al otro lado del escritorio, en un pequeño macetero amarillo, los rayos de sol que se colaban tímidos por la ventana, iluminaban a la estrella de aquel escenario. Su color morado era intenso, como recién pintado y sus pétalos formaban un test de Rorschach en su interior en tonos amarillos y grises, dándole aquel toque reflexivo. “Quizás por eso la llamen Pensamiento” pensó la piedra. La mariposa de su estómago parecía revolotear y entonces surgían las dudas. ¿Cómo se va a enamorar de mí esa hermosa flor si soy una simple roca?
Junto a la piedra, como actores secundarios, los bolígrafos y las pinturas de colores parecían luchar por querer salir de aquel recipiente cilíndrico que las secuestraba.
“Cuando salga de aquí, pintaré esa flor”. Dijo decidida la pintura morada revolucionando a sus compañeros. Todos quisieron colaborar en aquella obra de arte al instante y, de acuerdo con la musa elegida, idearon un plan. Su deseo de seguir pintando y escribiendo les empujaba a inclinarse. Con suerte el bote volcaría y sería el fin de su cautiverio. Después, intentarían liberar a los folios también oprimidos que, como fiel guardián, la piedra custodiaba. Esa parte les asustaba, parecía una roca dura.
Pensaban que era un plan perfecto aunque cada día se repetía la misma historia.
Como público de aquella peculiar y continua obra de teatro, se encontraba en platea preferente una enorme y solitaria silla de respaldo acolchado con reposabrazos negros y sin nada que decir. En el anfiteatro, una estantería llena de libros, de colores, tamaños y temas diversos observaba desde la distancia. Todos los libros disfrutaban de los sutiles dramas inmóviles que sucedían en aquel escenario de madera. Siempre había un gran revuelo entre los numerosos libros de psicología. La Teoría de la Gelstat y la Teoría Dualista Cartesiana nunca se ponían de acuerdo y como si fuera alguna clase de experimento, debatían en busca de la solución apropiada que nunca llegaba.
Lejos del bullicio académico, un pequeño libro de poemas de amor disfrutaba de aquella función entre bastidores, situada en la parte más alta de la estantería. Como banda sonora de la obra, podía escuchar de fondo a dos personas que hablaban con cierto toque de musicalidad. Una de ellas, estaba sentada en un sillón escuchando lo que otra, tumbada en un diván le contaba. Ellas, al igual que sus protagonistas favoritos, también hablaban de amor, miedos, dudas y pensamientos. Miró al pensamiento. ¿Qué sentiría?
El pensamiento, solitario y esquivo, no dejaba de mirar a la piedra con disimulo.
“No es una simple piedra” se decía a sí misma la flor. Su color miel dejaba ver la hermosa mariposa que yacía en su interior y sus aristas asimétricas la convertían en algo único y diferente. “Parece libre, no como yo anclada a esta maceta”. Entonces sus hojas se estremecían y surgían las dudas. ¿Podrá volar? ¿Me llevaría con ella? Hoy podría...
El reloj de la pared marcaba las doce. Era el final de la sesión.
Cuando la paciente se fue, la psicóloga se sentó en la silla acolchada. Levantó el ámbar y lo colocó al lado de la maceta. Debía de escribir unas ideas sobre la sesión de hoy. Dejando en libertad a varios bolígrafos, y cogiendo algunos libros de la estantería, empezó a trabajar.
Todos parecían entusiasmados al tener su pequeño momento de protagonismo en aquella representación alternativa, pero ninguno era tan feliz como aquellos elementos terrenales.
Se miraron.
Casi podían tocarse.
El libro de poesía casi se cae de la emoción. ¿Hoy por fin sería el día? La piedra y la flor pensaban lo mismo.
“¿Y sí?...”
Como el eco, retumbó en sus cabezas y una larga lista de contras las invadió, incrementando sus dudas.
Inmovilizadas por el miedo, dejaron de lado sus sentimientos y prefirieron seguir soñando...
Otro día más.
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