Un rincón de Roma


Aquella pequeña plaza tenía algo especial.
Observé a mi alrededor y todo parecía ir a otro ritmo, así que decidí sentarme y disfrutar de lo que había encontrado.

Una joven mujer de larga melena rizada cual leona, nos deleitaba con un concierto callejero de canciones muy bien defendidas, mientras un círculo de gente que iba y venía, se paraba embelesado a escucharla y a mirarla. Su belleza era un plus sin duda.

Las personas paseaban como en cualquier sitio de Roma. Mucha iba con prisas, distraída, otra hacía la foto turística de rigor a la columnata que queda de lo que fue el Templo de Adriano, con la postura acorde a lo que quieran o no mostrar en las redes sociales.
Por mucha gente que pasara, no tenía la sensación de aglomeración, sino de haber encontrado un rincón mágico en donde poder escuchar el latir de la ciudad.

Dos artistas callejeros más ocupaban el lugar.
Un hombre invisible (que irónicamente pasaba bastante desapercibido) y un hombre "estatua" de los que van con maletín como si tuvieran prisa, con la corbata y el pelo estratégicamente pensado para que, junto con la postura, consiguiese ese efecto. Curiosamente, para ser una estatua era un poco el relaciones públicas del lugar, siempre con una sonrisa. 

Sentada en un banco me imaginaba como habría sido todo antes. (¿El resto de personas que estaban sentadas harían lo mismo?)
Observando sus columnas de casi 1900 años, recreé mentalmente la majestuosidad de lo que pudo ser y reflexioné por un instante sobre la historia, el paso del tiempo, la humanidad, las personas...

¿Ahora no parece todo demasiado complicado, artificial y efímero?

Hoy me desperté recordando ese pedazo de Roma.
Hoy quiero compartirlo con vosotr@s.





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