" HISTORIA DE UNA SERVILLETA "





Año 2006

Aquella noche de invierno, Carlos y yo entrábamos en ese pequeño bar. Nos sentamos en una pequeña mesa cerca de la ventana, mientras decidíamos qué cenar y hablábamos de nuestros planes de futuro.
Esperando lo pedido, mis ojos se fijaron en la barra plateada. Rodeada de un mar de servilletas de papel tiradas en el suelo, una lluvia de ideas se creó en mi cabeza al instante. Él me miró buscando sonsacar mis pensamientos. Devolviéndole la mirada y sonriendo, empecé a contarle:

- Debe ser muy duro ser una servilleta de papel en un bar. Imagínatelo, te apartan del resto de compañeras para tener un trágico final. Te utilizan para diversos fines: desde limpiar distintas sustancias, en diferentes sitios y de varias formas, pasando a ser objeto de tortura y diversión para otros.- Con un tono nostálgico y gesticulando, continué mientras él me observaba atento-. Recuerdo cómo, de pequeña, mi padre quemaba caritas en las servilletas con su cigarrillo o tostaba sus bordes a modo de pergamino. A veces, también las convertía en pequeños abanicos, pajaritas o acordeones para divertirme, las cortaba y retorcía para conseguir formas diferentes o crear muñecos. Pero pese a todo, si te fijas, ellas siempre te dan las gracias por tu visita y nosotros siempre terminamos por aplastarlas y convertirlas en una bola de papel olvidada en el suelo, arrugada, sucia y triste, esperando a ser barrida por una escoba y tirada a la basura. Parece una vida sacrificada y solitaria. Creo que deben sentirse muy solas.

Al terminar me reí encogiéndome de hombros. ¡Qué tontería!¿No?
Él se reía mientras me miraba. Quizás en ese momento fue cuando comprendió que, la mujer que tenía delante, veía el mundo de una forma diferente, con esa mirada de creatividad infantil llena de posibilidades aunque después de mi “monólogo filosofal servilletil”, la cena prosiguió con otros temas.

La idea no se me iba de la cabeza así que, aprovechando el momento de irnos, cuando él se levantó para pagar, busqué rápidamente un bolígrafo del bolso, cogí una servilleta y esbocé un breve esquema de ideas. ¿Qué pasaría si una servilleta cayese en manos de alguien que la convirtiese en un barco o en un avión y encontrase la libertad más allá de los muros de aquel bar? Podría ser una bonita historia que contar y no quería olvidarla como tantas otras. Doblé el papel y lo guardé junto con el bolígrafo en el bolso como un secreto. Al salir, continuamos paseando por las calles de la ciudad, en esa noche invernal.


Año 2019

No puedo creerme que después de varios años, aún tenga cajas de la mudanza con el precinto. Poco a poco, como si no quisiera desenterrar el pasado, las voy abriendo y hago criba de lo que encuentro.

Hoy apareció esa pequeña caja de cartón reciclado. Recuerdo el día que Carlos me la dio y me asusté. En su interior, donde antes había un anillo, hay un pequeño papel doblado. Es una servilleta de un bar y parece tener algo escrito. Cuando leo su contenido un montón de recuerdos vuelven atropellando mi presente.
¿Cuántos años había pasado de todo eso? Que enamorada me había sentido y, qué identificada me sentía ahora mismo con lo que estaba escrito en ese pequeño trozo de papel. Esas palabras se merecían una historia, así que cogiendo el portátil y sin dudarlo, empecé a escribir:

“HISTORIA DE UNA SERVILLETA”


Algún tiempo después

Cuando terminé el relato, observé el manuscrito. ¿Ahora qué pasaría?

Recuerdo como al principio, las ideas salían desordenadas e inconexas. Poco a poco, iba dando forma a las palabras, corrigiendo, siendo crítica conmigo misma, intentando buscar un sentido, un ritmo, una aventura que contar. ¿Qué mejor que un cuento para transmitir la valentía de una servilleta que deseaba la libertad?
Decidí probar suerte y mandarlo a concursos literarios y a alguna editorial. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Justo lo que pasó, todo el mundo rechazaba mi historia.

Una mañana, recibí un correo electrónico electrónico inesperado. Una editorial quería publicar una antología de cuentos infantiles creados por nuevos escritores y estaban interesados en mi relato. Emocionada, acepté de inmediato sin pensarlo. 

El día que el libro se puso a la venta, recibí un mensaje al móvil. Era una foto. En ella veía a un Carlos más maduro y sonriente, con el libro de cuentos y una breve frase que ponía: “siempre fuiste libre, igual que tu servilleta”.


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